lunes, 16 de abril de 2012

ELISABETH KÜBLER ROSS

                                                                  

Elisabeth Küb1er-Ross supo desde muy joven que su misión era la de aliviar el sufrimiento humano y ese compromiso le llevó primero al cuidado de enfermos terminales y posteriormente a enfermos con sida.

Le impresionó profundamente la muerte de un granjero amigo de sus padres quien desahuciado por el hospital, volvió a su casa a morir y tuvo tiempo para despedirse de todos sus familiares. Murió en una habitación llena de flores y mirando por la ventana sus árboles frutales.

Los textos en letra azul son manifestaciones de la Dra Kübler-Ross.

“La dignidad, el amor y la paz que ví allí me dejaron una impresión imborrable…
Mentalmente comparé su muerte con la de Susy… El granjero había tenido lo que yo ahora llamo una
BUENA MUERTE: falleció en su casa rodeado de amor, de respeto, dignidad y afecto”

Trabajos realizados por ella supusieron su entrada en el mundo de la tanatología, disciplina que ella misma contribuyó a su desarrollo.
Observó que muchos médicos evitaban rutinariamente referirse a cualquier cosa que tuviera que ver con la muerte. Se rechazaba, evitaba y mentía a los pacientes moribundos. Y cuanto más graves estaban peor se les trataba.



Así describe cómo observaba el cuidado a los enfermos próximos a morir:
“Se les ponía en las habitaciones más alejadas de los puestos de enfermeras, se les obligaba a permanecer acostados bajo fuertes luces que no podían apagar, no podían recibir visitas fuera de las horas prescritas. Se les dejaba morir solos, como si la muerte fuera algo contagioso”.
La Dra Kübler-Ross se negó a seguir esas pautas de comportamiento y actuó de otra forma: con amor y comprensión. A diferencia de sus colegas y en contra de las pautas habituales de la época: decidió sentarse cerca de sus enfermos, dedicarles tiempo, atención y escucharles mientras ellos le abrían su corazón:
“Mi trabajo con las enfermas esquizofrénicas me había enseñado que existe un poder sanador que trasciende los medicamentos, que trasciende la ciencia y eso es lo que yo llevaba cada día a las salas del hospital. Durante mis visitas a los enfermos me sentaba en las camas, les cogía las manos y hablaba durante horas con ellos. Así aprendí que no hay ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese distanciamiento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad”


Otros pensamientos de ella relacionados con el trato dado a estos pacientes eran:

“La mayoría de los médicos se mostraban demasiado distanciados en su trato con los pacientes… Necesitaban tratar a los pacientes como seres humanos iguales que ellos…
Para todos los médicos la muerte significaba un fracaso”
“Mi meta era romper con la barrera de negación profesional
que prohibía a los pacientes expresar sus más íntimas preocupaciones”
“La gente no tiene miedo a morir, la gente tiene miedo a morir en una unidad de cuidados intensivos, alejados del alimento espiritual que da una mano amorosa , separados de la posibilidad de experimentar las cosas que hacen que la vida valga la pena”.
Fué una de las personas que comenzó a estudiar la muerte, se convirtió en una voz crítica, que clamaba para poner fin al tipo de muerte hospitalaria: fría, triste e impersonal y luchó porque el paciente recuperase su intimidad y tuviese apoyo y comprensión.
Ella afirmaba que los enfermos le transmitieron mucha sabiduría y que todos ganamos en el trato con enfermos terminales.
“Estar sentado en la cabecera de un moribundo es un regalo, nuestro mejor maestro.
De ahí saldremos más enteros, más enriquecidos.”

“Escuchando a pacientes moribundos todos comprendimos que deberíamos haber actuado de otra manera en el pasado y que podíamos hacerlo mejor en el futuro”







NO OLVIDAR MIRAR LA ENTRADA DE CUIDADOS PALIATIVOS DEL DÍA 01/04/12



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